Mañanas que huelen a una mezcla de humedad, rocío y hierba seca.
Vestidos de tirantes, zapatos de pies al aire, rebecas para después.
Zumos con las amigas, tardes tardías de playa vespertina con un libro y una toalla mojada.
Menos tráfico. Mucho menos tráfico.
El olor del protector solar y de la gente recién duchada después de volver de un baño en el mar.
El periódico ensalitrado, la revista ensalitrada, el pelo ensalitrado, la boca ensalitrada...mmm sabor a sal marina.
Arena en mis zapatos. Arena en mi bolso. Arena en mi cabeza.
Ensaladas de frutas mezcladas con pecados de cerveza y fritanga.
Sueños de verano y calor estival aderezados con una orgía de fiesta y diversión y sazonados de buenas energías y sonrisas de dientes blanqueados por algún peróxido impronunciable.
Siestas interminables de 15 minutos. Noches ultracortas de 8 horas y amores para toda la vida que durarán... lo que dure el verano.
Silencio relajante en una playa llena de gente gritando. Fiestas memorables montadas con 4 gatos excepcionales.
Tacones andamiados, chancletas a ras de suelo, pies descalzos y uñas pintadas a flúor vivo.
Y piel, mucha piel. Piel blanca, piel morena, carnes prietas y carnes blandas. Pellejo y pulpa exhibidos sin pudor, su ardor expuesto al calor de la temperatura... y de las miradas.
Pasión, presión, olor, color, sabor, silencio, ruido, sueños, ideas y todo el tiempo del mundo.
Besis de amor de verano.
Geisha.